Los mayas, más viejos y sabios,
cuentan que los espíritus crearon
todas las cosas de la Tierra.
Y a cada animal, a cada árbol
y a cada piedra le encargaron un trabajo.
Pero, cuando ya habían terminado,
notaron que no había nadie encargado
de llevar los deseos
y los pensamientos de un lado a otro.
Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal,
tomaron una piedra de jade y tallaron una flecha.
Era una flecha muy chiquita.
Cuando estuvo lista,
soplaron sobre ella
y la flechita salió volando.
Y ya no era una flechita,
porque estaba viva.
Los dioses, habían hecho un colibrí.
Era tan frágil y tan ligero el colibrí
que podía acercarse a las flores
más delicadas sin mover uno solo de sus pétalos.
Sus plumas brillaban bajo el sol como
gotas de lluvia y reflejaban todos los colores.
Entonces los hombres trataron de atrapar
al pájaro precioso para adornarse con sus plumitas.
Los espíritus se enojaron y ordenaron:
“Si alguien lo atrapa, el colibrí morirá”.
Por eso, nunca nadie ha visto un colibrí en una jaula
ni en la mano de un hombre.
Si un colibrí vuela alrededor de tu cabeza,
no lo toques.
Él tomará tu deseo y lo llevará a los otros;
piensa bien y desea cosas buenas para todos.
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