Debido a su ignorancia, a su vocación católica monoteísta y a sus pretensiones de conquista, los españoles que llegaron siguiendo a Hernán Cortés prohibieron junto con el culto a los antiguos dioses mesoamericanos, el consumo de las "plantas diabólicas del Nuevo Mundo". En 1638, una instrucción del Santo Oficio español sentencia:
«Nosotros, los inquisidores, abocados a suprimir la perversidad herética y la apostasis, por virtud de la autoridad apostólica, declaramos condenada la hierba o raíz llamada peyote, introducida en estas provincias para detectar robos o adivinar otros acontecimientos, pues constituye un acto de superstición opuesto a la pureza e integridad de nuestra fe católica.»
En 1656 aparece una guía para misioneros que ataca la idolatría indígena, incluyendo ahora la ingestión de hongos. Los escritos que condenan al teonanácatl se acompañan de ilustraciones que lo denuncian. En una de ellas aparece el diablo incitando a un indio a comer hongos; en otra, el diablo danza sobre ellos.
Los jerarcas eclesiásticos hicieron un trabajo de persecución tan exitoso que durante cuatro siglos nada se supo sobre el culto relacionado con estas plantas. Ningún antropólogo o botánico fue capaz de descubrir las ceremonias rituales que continuaban llevándose a cabo clandestinamente. Fue hasta mediados de la década de 1930 que comenzaron a salir a la luz pública. Entonces se supo que las ceremonias rituales en las que intervenía alguna de estas plantas antiguamente satanizadas y prohibidas por los españoles, eran guiadas por un hombre sabio o una mujer sabia -comúnmente llamados chamanes o curanderos-, que dichas ceremonias incluían el ayuno previo como requisito para todos los participantes y que su objetivo principal era curar a personas enfermas.
Interior
Tanto los efectos de estas plantas, como los efectos de los brebajes que se preparan con ellas o los de sus respectivos alcaloides, dependen del contexto en el que se ingieren, la cantidad administrada, el propósito con el cual se utilizan, así como el control ceremonial que ejerce el chamán o la ausencia de éste; sin embargo, prácticamente todas ellas tienen en común la capacidad de generar lo que se conoce como visiones o alucinaciones, esto es: percepciones en ausencia de un objeto real (a diferencia de las ilusiones que son percepciones alteradas de un objeto presente, según las definen los psiquiatras).
La llamada Biblia de los médicos, el prestigioso manual farmacéutico Goodman & Gilman, asegura que el rasgo que distingue a estos psicoactivos de otras clases de drogas es su capacidad de inducir estados de percepción, pensamiento y sensaciones alterados que no pueden experimentarse de otra manera, excepto en sueños o, a veces, en el éxtasis religioso:
“Hay una conciencia intensificada de la entrada sensitiva, a menudo acompañada por un aumento de la claridad de percepción, pero con disminución sobre el control sobre lo que se experimenta. Con frecuencia se siente que parte del ser parece ser un observador pasivo (un 'yo espectador') más que una fuerza activa organizadora y directriz, mientras que otra parte participa y recibe experiencias sensoriales vívidas e inusuales... En este estado, la sensación más leve puede tener un significado profundo. Por lo general existe una disminución de la capacidad para diferenciar los límites entre un objeto y otro y entre el propio ser y el medio. Junto con esto puede haber una sensación de unión con la humanidad o el cosmos”.
Otra característica de los "alucinógenos" que destaca en este manual es su bajo potencial de abuso: "son sustancias que rara vez provocan dependencia y excepcionalmente desembocan en un hecho fatal".
Despertar
Etimológicamente, el verbo alucinar procede del latín halucinari, "divagar mentalmente o hablar sin sentido", y en esa lengua es sinónimo de palabras que significan estar loco o delirar. Así pues, el adjetivo alucinógeno impone de inmediato un juicio de valor negativo sobre la naturaleza de las percepciones alteradas, ya que alucinar significa "ofuscar, seducir o engañar, haciendo que se tome una cosa por otra". Debido a ello se han propuesto múltiples denominaciones científicas para tratar de abarcar etimológicamente sus efectos: psicodislépticos, eidéticos, misticomiméticos, psicógenos, psicoataráxicos, psicotógenos, psicotomiméticos, etc.
Desde la perspectiva de doctor Humprey Osmond y muchos otros investigadores, no se les puede aplicar el término de alucinógenos ya que pocas veces producen alucinaciones reales sino más bien ilusiones sensoriales, ni el de psicomiméticos, porque sus efectos son mucho mayores que la simple imitación de episodios de locura, por eso propuso el término de psiquedélicos. Él pensaba que podían propiciar una experiencia directa hacia los ámbitos espirituales y que los epítetos clínicos desdeñosos no debían oscurecer su verdadera riqueza, dado lo cual acuñó el vocablo psiquedélicos, un nombre con profundidad mística ya que etimológicamente significa "manifestadores o reveladores del alma", pues viene de los términos griegos psique, que es el denominativo de "alma o espíritu" y delos que significa, "manifestar, revelar o hacer visible".
Por desgracia, los medios de comunicación masiva se encargaron de transformar a los psiquedélicos en psicodélicos, tal como tergiversaron muchas otras cosas respecto a estas drogas que terminaron asociadas con la rebelión cultural, los nuevos estilos artísticos y la apología del uso de sustancias psicoactivas durante la década de los años sesenta. Así fue como este excelente término cayó en desuso.
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