En Europa, según la tradición, la mandrágora emite un chillido al ser arrancada de la tierra, y todo el que lo oiga perecerá. Recoger mandrágora, sin embargo, bien valía correr el riesgo, porque la planta tenía muchos usos medicinales bien conocidos y se la consideraba dotada de poderosas propiedades mágicas.
La parte de la planta que solía considerarse más valiosa es la raíz, gruesa y marrón, que se adentra entre sesenta y noventa centímetros en el suelo. A menudo es ahorquillada y para alguien con un poco de imaginación parece una figura humana. Los libros de plantas y hierbas describen a menudo la mandrágora (perteneciente a la familia de las solanáceas) con características humanas (como un hombre de larga barba o una mujer de espesa cabellera) y su parecido con el cuerpo humano se puede aumentar con facilidad si se talla la raíz con un cuchillo.
Sin duda, este gran parecido con los seres humanos explica la creencia de que la mandrágora puede gritar cuando es arrancada. Antiguamente se la consideraba analgésica y somnífera, y en grandes dosis se decía que provocaba el delirio e incluso la locura. Se usaba para aliviar a los que padecían dolores crónicos y se prescriba para tratar la melancolía, las convulsiones y el reumatismo. Los romanos usaban la mandrágora para que lo masticara antes de una intervención quirúrgica.
Los antiguos y sus descendientes en la Europa medieval también valoraban la mandrágora por sus propiedades mágicas. Era un conocido ingrediente de las pociones de amor y se decía que Circe, la hechicera más famosa de la mitología griega, la usaba para preparar sus potentes elixires.
Según la tradición anglosajona, la mandrágora expulsa a los demonios del cuerpo de los poseídos, y muchos creían que un amuleto con mandrágora seca podía proteger contra el mal. Por otra parte, según algunas tradiciones, en realidad los "demonios vivían" en la raíz de la mandrágora, y quienes poseían una raíz tallada de mandrágora eran a veces acusados de brujería.
La mandrágora también se empleaba para la adivinación. Los adivinos insistían que las raíces de forma humana movían la cabeza para contestar preguntas acerca de futuro. En Alemania los campesinos cuidaban mucho sus tallas de mandrágora. Les ponían semillas a modo de ojos, las vestían y las acostaban en camitas por la noche, para que estuvieran listas y dispuestas para contestar a cualquier pregunta importante que pudiera surgir.
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