La Máscara de la Socialización

La apariencia que todos defendemos y por la cual morimos, es la llamada máscara de la socialización. Es la apariencia que adquirimos para estar en el mundo y la que nos impide desplegar la totalidad de nuestro potencial, la que nos lleva a creer que somos inmortales.

Reconocemos e interpretamos todo lo que hacemos en el mundo porque lo convertimos en líneas de semejanza, líneas de cosas unidas a una finalidad. Por ejemplo, al decir tenedor inmediatamente llegarían a tu mente la idea de utensilios que se usan en una comida e incluso podrías llegar a unirlo con un banquete, un cumpleaños, una fiesta. Sin duda podrían mencionarse casi hasta el infinito de cosas unidas por la finalidad.
Todo lo que vemos se encadena de esta forma.

Estas líneas de semejanza o líneas de cosas unidas por la finalidad se relacionan con la idea humana de que las cosas son inmodificables y eternas, como la palabra de Dios.

Parece que en nuestra mente el universo entero es la palabra de Dios, algo absoluto e inmutable. Así nos comportamos, y en lo más profundo de nuestra mente existe un mecanismo de control que nos impide detenernos a analizar que, tal y como la aceptamos y creemos en ella, la palabra de Dios pertenece a un mundo muerto.

Por su parte, el mundo vivo es un flujo constante. Se mueve, cambia, invierte la dirección. Todo es una corriente, un flujo, que se envuelve en espiral, hasta encontrarse en un giro sin fin.

Si todo en el universo es una corriente o flujo energético, debería haber maneras de represarla para detener o desviar ese flujo. Y la nueva raza que ha de nacer, es capaz de viajar a más velocidad que la luz; se viene la velocidad del estímulo nervioso del propio organismo humano que reconocemos ahora.
Y, ¿qué no sería capaz de realizar la humanidad de los miles de milenios que han de venir, en una nueva era que llega a los tiempos últimos para su nacimiento?