a mí, el gran creador de la Vida.
Mira que cosa tan divertida he hecho.
¡Me he creado!
Me he envuelto en una envoltura humana y me he enviado
a este peculiar planeta Tierra
(que -dicho sea de paso-
también he creado yo).
Entonces era yo,
¿y que hice entonces?
Jugué un juego.
Fingí que no tenía elección,
ni fuerza, ni voluntad.
Fingí que era débil
y que estaba separado de mis otras partes.
Fingí que dependía
de pequeñas circunstancias mágicas
que acababa de crear
para el juego que jugaba.
Y, lo más divertido de todo,
verás (je je, jo jo, je je)
fingí que no estaba fingiendo.
Lo fingí tan seriamente
que me lo llegué a creer.
Entonces seguí jugando y jugando
olvidando quién era.
Y dije “bueno” y dije “malo”,
dije “correcto” y dije “equivocado”,
y dije “tuyo” y dije “mío”.
A veces guerreé contra mí mismo.
“No me basta con lo que tengo”, dije,
“así que dame lo que es tuyo”.
¡Qué serio me hice!
Es que todo parecía tan real.
No tenía fuerza, ni elección, ni voluntad,
¡estaba tan débil y tan separado!
Todo resultaba muy divertido.
El misterio de pensar
si tal vez, sólo tal vez,
tal vez por casualidad
pudiera tener algún deseo propio…
Pero me sentí sumido en el desaliento
cuando me di cuenta,
por todas las pequeñas y grandes reglas,
que no había esperanza.
Vaya.
Y el mayor miedo que tengo,
(¡da risa mirar atrás!)
es dejar este juego tonto,
porque entonces me temo que dejaría de ser.
Entonces, je je, jo jo, je je,
me temo que dejaría de ser yo.
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