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jueves, septiembre 12, 2024

Abderramán III


El 7 de enero del año 891 nació en Córdoba, Abderramán III, quien será el octavo emir independiente de Al-Ándalus (de 912 a 929) y primer califa omeya de Córdoba (de 929 a 961).
Era nieto de Abdalá I, séptimo emir independiente de Córdoba, descendiente de los omeyas que antaño habían regido el Califato de Damasco (661-750) y cuyo poder se había restablecido en la península ibérica. Era hijo de Mohamed, primogénito de Abdalá, y de Muzna o Muzayna (que significa lluvia o nube), una concubina cristiana probablemente de origen vascón que pasó a ser considerada una umm walad o «madre de infante» por haber dado a su señor un hijo. Una de sus abuelas, Onneca —compañera de Abdalá—, era también de origen vascón, pues era hija de un caudillo pamplonés, Fortún Garcés. Así, su origen era principalmente hispanovasco y solo en una cuarta parte árabe. Abderramán se convirtió pronto en el nieto favorito de su abuelo el emir.
Veinte días después de su nacimiento, su padre Muhámmad murió asesinado a manos de su propio hermano, Al-Mutarrif. Al parecer, el emir había escogido a Muhámmad como heredero por sus méritos pero, sospechando que conspiraba contra él lo mandó encarcelar. Poco antes o poco después de su liberación, Abdalá permitió que Mutarrif asesinase a golpes a Muhámmad, muerte que justificó por la rebeldía de este. En el 895 y tras varios años como persona de confianza de Abdalá, Mutarrif corrió la misma suerte: sospechoso de traición a ojos del emir, fue asesinado.

En cualquier caso, la primera infancia de Abderramán III debió de transcurrir en el harén de su abuelo, el emir Abdalá, conviviendo con su madre y sus tíos menores de edad, con las esposas y concubinas de su abuelo y con un buen número de servidores, esclavas, amas de cría, comadronas y eunucos. Al frente del harén en un momento determinado estuvo su tía, llamada al-Sayyida, es decir, la Señora, hermana uterina del infante Mutarrif, el asesino de su padre. Se encargó esta infanta de la crianza y educación de Abderramán; lo trató con bastante rigor, y llegó a maltratarlo. Abderramán llevó una juventud silenciosa, entregado a los estudios. Al ascender al trono, su experiencia militar y administrativa era prácticamente nula. Pese a esto, su abuelo lo había escogido para sucederle por sus dotes: era inteligente, confiado, tenía temperamento y gusto por las tareas de Estado.

Físicamente se le describe como atractivo, de piel blanca, pelo rubio rojizo y ojos azules oscuros, corpulento y relativamente bajo —tenía las piernas cortas—. Se teñía la barba de negro, para parecer más árabe. De carácter cortés, benévolo y generoso, inteligente y perspicaz, con intensos escrúpulos morales, se lo tachó asimismo de inclinado a los placeres —en especial a la bebida— y dispuesto a usar de extrema crueldad para con sus enemigos. Todos los cronistas árabes subrayaron sus virtudes: su sagacidad y diplomacia, su firmeza e intrepidez, su liberalidad y generosidad, sus notabilísimos conocimientos en derecho musulmán y en otras disciplinas. Era además un excelente poeta y un orador elocuente.

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