El hombre caído "duerme", está como muerto en vida. Está desconectado de su más genuino impulso vital. Desconoce los propósitos de su alma. Y por ello, en su vida no existe el entusiasmo. Durante gran parte de la misma se ha dedicado a luchar por y para sus ídolos sensoriales. Se ha sobre esforzado. Ha acumulado (en falso) toda clase de méritos y logros. Se ha enojado hasta el extremo. Se ha implicado de lleno en la virtualidad de la materia. Es un obediente habitante de matrix. Se ha sometido a todo tipo de autoridades externas, se ha adulterado abnegadamente, ha "trepado", ha hecho los "deberes", se ha mimetizado, ha hecho lo mismo que los demás. Y tras la consecución de algunos éxitos mundanos, finalmente, a codazos, ha conseguido un cierto estatus, y se ha instalado.
Aun intuyendo que aquello no era "tierra firme", sino solo una "balsa" más o menos confortable, ha preferido lo malo conocido que lo bueno por conocer; se ha conformado. Es su frágil castillo de naipes, su inconsistente Torre de Babel.»
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