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sábado, febrero 25, 2017

Iniciación Femenina en la Antigua Grecia

La antigüedad había comprendido una verdad capital que las épocas siguientes han desconocido con frecuencia. La mujer, para cumplir bien con sus funciones de esposa y de madre, tiene necesidad de una enseñanza, de una especial iniciación. De ahí la iniciación puramente femenina, es decir, completamente reservada a las mujeres. Existía en la India, en los tiempos védicos, en que la mujer era sacerdotisa en el altar doméstico. En Egipto, se remonta a los misterios de Isis. Orfeo la organizó en Grecia. Hasta la extinción del paganismo la vemos florecer en los misterios dionisíacos, así como en los templos de Juno, de Diana, de Minerva y de Ceres. Consistía en ritos simbólicos, en ceremonias, en fiestas nocturnas, luego, en una enseñanza especial dada por sacerdotisas ancianas o por el sumo sacerdote, y que se relacionaba con las más íntimas cuestiones de la vida conyugal. Se daban consejos y reglas concernientes a las relaciones entre los sexos, las épocas del año o del mes favorables a las concepciones dichosas. Se daba la mayor importancia a la higiene física y moral de la mujer durante el embarazo, a fin de que la obra sagrada, la creación del niño, se cumpliese según las leyes divinas. En una palabra, se enseñaba la ciencia de la vida conyugal y el arte de la maternidad. Este último se extendía mucho más allá del nacimiento del niño. Hasta siete años, los niños permanecían en el gineceo, donde el marido no penetraba, bajo la dirección exclusiva de la madre. La sabia antigüedad pensaba que el niño es una planta delicada, que precisa, para no atrofiarse, de la cálida atmósfera materna. El padre la deformaría; es preciso para hacerla florecer los besos y las caricias de la madre; se precisa el amor poderoso, envolvente de la mujer para defender de los ataques del exterior a esa alma asustada de la vida. Por cumplir en plena conciencia estas altas funciones —que eran miradas como divinas en la antigüedad—, la mujer era realmente la sacerdotisa de la familia, la custodia del fuego sagrado de la vida, la Vesta del hogar. La iniciación femenina puede ser considerada como la verdadera razón de la belleza de la raza, de la fuerza de las generaciones, de la duración de las familias en la antigüedad griega y romana.

¿No es el hombre en su fuerza el representante del principio y del espíritu creador? ¿No es la mujer en toda su potencia una personificación de la naturaleza, en su fuerza plástica, en sus realizaciones maravillosas, terrestres y divinas? Que esos dos seres lleguen a compenetrarse completamente, cuerpo, alma, espíritu, y formarán unidos un resumen del universo. Mas para creer en Dios, la mujer tiene necesidad de verlo vivir en el hombre; y para ello es preciso que el hombre sea iniciado. Sólo así es capaz por su profunda inteligencia de la vida, por su voluntad creadora, de fecundar el alma femenina, transformarla por el ideal divino. Y este ideal la mujer se lo devuelve multiplicado en sus pensamientos vibrantes, en sus sensaciones sutiles, en sus profundas adivinaciones. Ella le devuelve su imagen transfigurada por el entusiasmo, llega a ser su ideal. Porque ella lo realiza por el poder del amor en su propia alma. Por éste, aquél se vuelve viviente y visible, se hace su carne y su sangre. Si el hombre crea por el deseo y la voluntad, la mujer, física y espiritualmente, genera por el amor.

En su papel de amante, de esposa, de madre o de inspirada, la mujer no es menos grande, y es más divina aún que en el hombre. Porque amar es olvidar. La mujer que se olvida y que se abisma en su amor, es siempre sublime. Ella encuentra en ese aniquilamiento su renacimiento celeste, su corona de luz y la radiación inmortal de su ser.

Agreguemos que para el hombre y la mujer realmente iniciados, la creación del niño tiene un sentido infinitamente más bello, un alcance más grande que para nosotros. El padre y la madre, sabiendo que el alma del niño preexiste en su nacimiento terrestre, convierten la concepción en un acto sagrado, la vuelta de un alma a la encarnación.

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