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jueves, diciembre 22, 2022

Códigos Simbólicos

Para un hombre tradicional o arcaico todo es sagrado y el mundo un juego perenne de relaciones misteriosas y simbólicas, poseedoras en sí mismas de significados evidentes. Vive en un asombro perpetuo y a la vez está perfectamente integrado a su ambiente y participa constantemente de los efluvios del cielo y la tierra. Es entonces un mediador y como tal encuentra su ubicación en el mundo, lo que se corresponde con su verticalidad. Debe por lo tanto reproducir estos misterios a imitación del gran gesto creador de un constructor original, fecundando la posibilidad de una cultura. Asimismo la naturaleza y todo lo manifestado, en especial los animales, participan de esa mediación, pues son símbolos de otros mundos secretos de los cuales éste es sólo un reflejo.


La analogía establece leyes de correspondencia entre el macro y microcosmos, entre el universo y el hombre, lo visible y lo invisible, lo aparente y lo real, lo pasajero y lo eterno, lo natural y sobrenatural, dos caras de una misma medalla, que los pueblos primitivos y/o arcaicos no distinguen de modo limitado, o excesivamente diferenciado. El símbolo es el revelador de estas correspondencias e igualmente el vehículo capaz de religarlas; el símbolo, por lo tanto, está fundamentado en las leyes de la analogía, y en las correspondencias naturales entre la totalidad de los seres, fenómenos, y cosas; simpatías y rechazos que todos los pueblos tradicionales o arcaicos han conocido; energías que se agrupan en conjuntos que a su vez se relacionan con otros y estos con terceros en forma indefinida formando cadenas y generando códigos simbólicos que obedecen a este mismo tipo de estructuras (tal la mitología de todos los pueblos), y que conforman su propia cosmogonía derivada de una Cosmogonía Perenne, de un modelo universal, válido para cualquier tiempo y lugar, aunque con formas adecuadas a diversas circunstancias y sitios, según puede constatarlo cualquier investigador que se ocupe de simbólica, o aquel estudioso de la antropología o la sociología, ya que esta posibilidad de generar códigos simbólicos (los que abarcan la totalidad del ser de una sociedad tradicional) son inherentes al hombre mismo, puesto que éste es un universo en pequeño y como tal tiene la posibilidad de recrear las leyes cósmicas gestando de ese modo las culturas particulares de los innumerables pueblos.

Pero un auténtico símbolo no es sólo un mero signo capaz de ser el intermediario entre una imagen y un concepto a nivel psicológico, sociológico u horizontal, sino la realidad manifestada de un proceso vertical en el que él constituye per se lo significado y lo significante, ya que es revelador a escala humana de los secretos de una Superestructura, siempre presente, imagen de la Mente Divina, la que ordena permanentemente relaciones y analogías que dan lugar al mundo de lo percibido por los sentidos, y a las leyes y mecanismos mentales de los humanos, signados éstos por una dualidad que deben trascender. Esta necesidad de neutralizar opuestos para conocer el orden cósmico, o modelo universal, e insertarse conscientemente en él, se obtiene pues a partir del símbolo, el cual al conjugar en su cuerpo de manera unitaria la expresión conocida con el origen desconocido, lo manifestado por él y al mismo tiempo la emanación de la inmanifestación que le ha dado su propia forma, su identidad, concretiza toda la posibilidad de Conocimiento, o sea de ser, y se constituye así en el elemento imprescindible para sintetizar cualquier realidad o verdad, comenzando con la necesidad de su mediación, permanentemente capaz de revelar lo supranatural por el despliegue de todas las potencialidades de la naturaleza; las que no son más que factores de lo suprahumano en el ser particular, la afirmación de una negación, mejor una negación afirmada. Por otro lado, no se debe olvidar que los símbolos, como los mitos, no han de considerarse en forma individual, sino en relación con otros símbolos y mitos con los que se vinculan formando conjuntos, o estructuras, que por un lado son arquetípicas, a saber: inamovibles, y simultáneamente móviles, como sus proyecciones en lo espacio-temporal, y su adecuación a distintas geografías y circunstancias históricas.

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